En el teatro griego se accedía al graderío por un espacio descubierto situado entre éste y la escena. Cuando los arquitectos romanos convierten el edificio de espectáculos en una unidad constructiva entre ambos, los accesos se seguían haciendo por el mismo sitio, aunque al estar descubiertos se solucionaron con pasos abovedados, que se denominaron aditus maximi. El hallazgo del aditus maximus sur permitió la localización del Teatro Romano de Málaga.
Llevaba ahí tanto tiempo que corría el riesgo de que nadie reparase en ella. Los especialistas saben que Málaga es la suma de muchas culturas, de muchas religiones, de muchas identidades... y de muchos escombros. Cuando pasan miles de años, esos restos de desecho se convierten en restos arqueológicos y el último en aparecer puede cambiar la imagen que la ciudad hace siglos: en las inmediaciones del Teatro Romano pudo haber una gran fuente, quizá la antesala de un enorme espacio público.
La muralla fenicia, piletas de salazones romanas, hornos y tenerías islámicas y el Castillo de los Genoveses del siglo XIV son algunos de los hitos que se pueden ver a pesar de que no hay editada ninguna guía. El pasado no siempre permanece enterrado. En ocasiones se destapa para convivir en armonía con el presente y aportar una riqueza añadida a los edificios que se enorgullecen de enseñarlo. Una quincena de inmuebles del centro tiene integrados los restos arqueológicos descubiertos tras alguna intervención.